miércoles, 22 de abril de 2020

Mariel y el Capitán (Letras cuentadas)


En el barrio de Flores, sobre la calle Carabobo hay un viejo edificio que parece estancado en el tiempo. Es de esos que se mantiene muy bien cuidado sin modificar su apariencia. Nunca se ha modernizado y se mantiene en perfecto estado de uso y conservación. Las plantas de los canteros que están sobre la vereda del frente, están cortadas con extrema prolijidad y perfección. El manijón de la entrada principal es de bronce y brilla y reluce como la corona de un rey. Es lo que antes llamaban un edificio de "categoria". La gente que lo habita es muy parecida a su edificio, se mantiene inalterable con el paso del tiempo, no ha modificado sus costumbres ni actualizado su accionar. La mayoría son señoras grandes y prejuiciosas, algunas usan peluca y casi todas dientes postizos. Se maquillan y pintan los labios a veces con desacertado pulso quedando mas parecidas al Guasón que a una señora alcúrnica. Tienen escasas ocupaciones así que a media mañana, entre las 10 y las 11 si uno camina por los pasillos del edificio ya comienzan a sentirse los olores de lo que cocinan anticipadamente para el almuerzo. El mas común es a salsa que seguramente acompañará unas pastas con bolognesa con mucha carne y mucho aceite. Poco sanas. Después del almuerzo lavan los platos a mano y duermen una corta siesta de no mas de 2 horas para juntarse a tomar el te con algunas vecinas. En esas reuniones suelen comentar lo perdido de nuestra juventud y escandalizarse por las nuevas olas. A esa hora, lo olores de los pasillos cambian y el predominante es un mezcla de perfumes fuertes entrelazados unos con otros. Si el edificio está en silencio podrán sentirse taconasos y ruidos de pulseras que van y vienen en algún antebrazo.
El edificio tiene 11 pisos y cada piso tiene 4 departamentos, A, B, C y D. Las puertas del A y el D se encuentran enfrentadas y las de el B y el C a un costados de las otras y frente a la salida del ascensor.
Mas allá de las costumbres de las señoras hay otro hecho que se sucede de manera rutinaria. En repetidas ocasiones arriba en taxi una dama muy bien arreglada al menos 20 años menor que las alcúrnicas señoras. Paga el viaje con billetes grandes y deja el vuelto al taxista a modo de propina. El portero le da libre ingreso porque la conoce. Ella toma el ascensor a la mañana sin temor a que se caiga, después de todo es algo que ha hecho muchas veces y no habría porque temer. En lo que dura el trayecto, se retoca el maquillaje y su rojizo cabello para llegar impecable. Baja en el 5º piso y toca con dos golpes a la puerta "C". No usa el timbre, prefiere darse a conocer con esos dos golpes siempre a la misma hora y con la misma intensidad. Escucha pasos acercarse a la puerta y el rechinar de la cadena que se desplaza para destrabarla. Se abre y entra Mariel.
En el quinto vive él, es el valiente capitán de la fragata. Casi siempre con su impecable uniforme sin importar si esta de servicio o no. De punta en blanco. Camisa de mangas cortas con el prendedor dorado de la Armada Argentina en el extremo superior izquierdo, ajustada y marcando el abdomen de una persona ejercitada, sin ninguna arruga al igual que el pantalón también blanco. Planchado a la vieja usanza con una raya de plancha en cada pierna que va pasando exactamente por el centro de la rodilla y sigue bajando hasta llegar al zapato. Negros, con cordones finos, tan lustrados y relucientes como el manijón de la puerta del edificio. A todo esto se suma un peinado con Lord Cheseline de corte militar media americana muy prolijo y una cara rasurada a la perfección con un suave e inconfundible aroma a Old Spice. El final de tan impecable imagen se cierra con una gorra blanca con visera corta que también tiene el escudo de la Armada Argentina en el centro, y cuando llega Mariel deja la gorra y sirve té con limón o a lo mejor café. Pasan sus románticas tardes puertas adentro despertando la incógnita en todo el edificio. No faltan las presunciones de actos faltos de moral y buena conducta.
El consorcio se reunió y del Capitán se habló, y las damas indignadas protestaban, pero el Capitán faltó y a la reunión no asistió, era natural. Estaba con Mariel. Los encuentros entre Mariel y el Capitán no son bien vistos por el consorcio. A las prejuiciosas damas no le simpatizan para nada las periódicas llegadas de Mariel. Se apresuran en tildar y prejuzgar la relación de espuria y lujuriosa. Es probable que las críticas surjan de la envidia y el despecho siendo el Capitán el señor más codiciado del edificio y Mariel una dama hermosa, educada y despampanante.
A aquella repetitiva rutina de Mariel se le interponían los fines de semana. El riguroso proceso se repetía los Sábados a las 8 de la noche.
Un sábado de invierno como tantos otros, Mariel bajó del taxi con un tapado de piel de zorro y un sombrero negro. Apurada y casi olvidándose de pagar hace los primeros tres pasos y se vuelve hacia el taxista. Ya tenía el cigarrillo en la boquilla, el taxista le ofrece fuego y ella acepta mientras con la otra mano busca en el bolsillo del tapado de piel el dinero para darle. Le pide que se quede con el cambio y se aleja entrando al edificio.
Ella toma el ascensor a la noche sin temor a que se caiga, después de todo es algo que ha hecho muchas veces y no habría porque temer. Una vez más, se retoca el maquillaje y se acomoda el cabello un poco desordenado que sobresale del sombrero. Pero al 5º no llegó, alguien la cuerda el cortó y se cayó. Y así Mariel murió.
El estruendoso ruido del ascensor al caer hizo que todos los vecinos salieran y presenciaran el horrendo momento. Al pegar contra el piso de la planta baja la puerta se abrió y todos pudieron ver a Mariel en el piso. Su elegancia se había perdido, le faltaba un zapato, se le había salido el sombrero, estaba visiblemente despeinada y había quedado en una posición destartalada.
Llamaron a la policía y aquella fue una noche muy larga.
Las mañanas en el edificio de Avenida Carabobo habían cambiado para siempre. Ya no se veía llegar ningún taxi con aquella dama despampanante. Del capitán no se sabía nada. No se escuchan ruidos en su departamento pero se presumía su presencia por el olor a cigarrillo que asomaba debajo de su puerta. En la mañana de un 17 de mayo (día de la Armada Argentina) el Capitán repitió su ritual, se vistió de punta en blanco y lustró sus zapatos. Tomó una vieja escopeta que tenía colgada sobre el cabezal de su cama y el pobre Capitán lleno de espanto y de dolor se suicidó. Su traje blanco quedó teñido de rojo pero aun en el piso podía olerse a Old Spice. Inmediatamente llamaron a la policía y se lo llevaron. Ya sin el Capitán en el edificio no había nada que ocultar. Las ampulosas señoras desplegaron su alegría y al instante el consorcio una fiesta organizó. A donde fue?. Fue en el 5º C. Las señoras se paseaban a carcajadas, algunas bailaban Charleston, otras solo conversaban y del capitán se habló y las damas satisfechas sonrieron. Ya no tenían que tolerar su impecable elegancia como así tampoco su ausencia a las reuniones de consorcio. Pero el Capitán faltó y a la reunión no asistió. Mas justificado que nunca. Tuvo que haber fallecido para que su ausencia no fuera criticada. Por primera vez el consorcio no mencionó su ausencia y la festejó. Tenían lo que querían. Ni la sorprendente belleza de Mariel ni el apasionado amor del Capitán podrían volver a refregarse en sus caras y recordarles lo triste y desolado de sus vidas sin amor.
Un amor sin límites que ninguna de esas damas pudo entender. Un amor incondicional y apasionado que jamás terminaría. Un amor sobrenatural. Un amor capaz de cruzar las fronteras de lo terrenalmente conocido, un amor celestial. Claro que el Capitán no estaba en esa reunión, era natural. Estaba con Mariel cruzando las fronteras de lo conocido y aquellas damas de corazón vacío jamás pudieron imaginar a donde estaba él?.

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