El retiro, para un futbolista
profesional es sin duda un gran acontecimiento. Seguramente, uno de los mas
importantes de su vida. Desde ese día, debe reprogramar su cabeza y su vida
para hacer cosas que antes no hacía, y dejar de hacer muchas otras que
seguramente hacía. Si además, quien se retira es un ídolo, el hincha tendrá
nostalgia recordando las jugadas o goles de ese fenómeno que tantas veces
aplaudió. Pero si es un gran ídolo, de esos cuyo futbol valoran desde las dos
veredas, seguramente será merecedor de un último partido homenaje rodeado de
sus afectos, amigos y obviamente de sus
hinchas. En ese sentido, tuve el honor y la suerte de estar presente en aquel:
"La pelota no se mancha..." . No eran tiempos de selfies pero aun
conservo el ticket de entrada a la bombonera. Tuve ubicación privilegiada y me
tocó estar frente a Diego durante el
discurso. Con la ovación final pude agradecerle los grandes momentos que sus
piernas me regalaron. A pesar de haber sido tantas veces ovacionado se lo veía
conmovido. Era mas claro que nunca que esta vez, el estadio estaba lleno solo
por él. Llenar una cancha de gente que quiere agradecerte algo, debe ser
increíblemente reconfortante. Para nosotros fue conmovedor y hasta mi esposa
soltó algunas lágrimas.
Mi ignota carrera en cambio,
empezó en el Barrio Peluffo, un pequeño paraje dentro de Villa Luzuriaga, La
Matanza. Obtuvo su nombre por ser parte de la granja de Vicente Peluffo. Los dos
estadios que tuvo el barrio, los hicimos entre todos los que nos gustaba el
futbol. El primero estaba frente a mi casa, a no más de veinte metros, pegado a
la casa de René, un potentado comerciante con casa de dos pisos cuyo enorme
paredón lateral hacía de limite de uno de lso lados de la cancha. En esa pared,
había una pequeña puerta de madera por la que los dueños de casa dejaban salir
a sus perros para que corrieran por el barrio o para ahuyentarnos y que nuestro griterío o pelotazos contra la
pared de su casa no los moleste. Cuando eso ocurría, se acababa abruptamente el
partido al grito de "rajen, la vieja soltó a los perros" . Hacia los
otros tres lados había mas espacio. Unos 5 metros atrás de uno de los arcos
estaba la casa del negro Keku, detrás del otro arco la calle Miró y el otro
lateral tenía una casa sin alambrado y
desocupada. Lo más complicado siempre
fue conseguir los postes para los arcos. Tratábamos que fueran de buena calidad
para que no se pudran rápidamente y lo mas derechos posibles. Andábamos por
barrios vecinos hasta que en algún lugar encontrábamos el indicado y lo llevábamos
entre dos pibes tomando uno de cada punta. Otra tarea complicada era hacer los
agujeros para los postes. Para clavar el travesaño, solía ser un padre o algún
pibe del barrio de categoría superior quien nos daba una mano para clavarlo en
las puntas.
Terminada la cancha, todo se
reducía a jugar hasta que nos llamaban a merendar o hacer la tarea. Los
encuentros iban mermando de jugadores a medidas que sus progenitores iban
solicitando a uno u otro jugador. De vez en cuando, sobre todo en verano,
teníamos suerte y el partido se acababa con la luz del día.
Como a los 8 años sentimos la
necesidad de un desafío y el padre de Keku nos sugirió que nos anotáramos en el
campeonato de la Iglesia Don Bosco. La inscripción se pagaba en kilos de diario
que había que juntar y llevar a la iglesia. Al llegar, un ayudante del cura iba
pesando y anotando los kilos en la planilla de cada equipo. Recuerdo, que a
veces no llegábamos a completar los kilos de la inscripción y poníamos piedras
entre los diarios para aumentar el peso. Se jugaba los domingos a la mañana y
había que estar presentes en la misa de las 8 hs donde tomaban lista por equipo.
La cantidad de jugadores que estaba en la misa sería la cantidad de jugadores autorizados
a mas tarde a integrar el equipo. En situaciones, alguno de los pibes faltaba a
misa y los que estábamos presentes nos poníamos bien adelante, ni bien nos
tomaban lista nos pasábamos al fondo para volver a dar el nombre del equipo y
sumar jugadores que suponíamos estarían viniendo.
La camiseta de Peluffo era
literal. Se trataba de camisetas de algodón cuyo número lo pintábamos con
lapicera. De mas esta decir que no se podían lavar porque los números se
corrían, queda a la imaginación del lector el estado de las mismas. Para el
segundo campeonato, pudimos conseguir nuevos modelos con números cocidos. Con
esas, nos sentíamos profesionales.
Mi número mas usual era en 4,
típico número de aquel que suma cantidad para el equipo pero no suma ni futbol
ni calidad. No obstante, era bastante aguerrido y mi posición me gustaba, creo
que en mi interior conocía mis limitaciones. Desde el fondo, ver las maravillas
que hacían con la pelota el Chino Pelusa, el negro Guillermo o Keku era todo un
honor. No faltaba un partido, me despertaba sólo sin que nadie me llamara, me vestía
y caminaba las 15 cuadras hasta la iglesia con frío o calor. En verano iba
comiendo pan casero con chicharrones y en invierno chocolate amargo.
En Peluffo pasé mis primeros
campeonatos hasta que terminé la primaria. Nunca salimos campeones y tampoco
estuvimos cerca de serlo pero recuerdo haber vivido cada campeonato como un
mundial. Mi viejo casi nunca venía a verme. Un buen día, se levantó conmigo y me
dijo: "vamos, hoy voy a verte". Ese día intente lucirme, a mitad del
segundo tiempo pude correr con la pelota por el lateral derecho hasta estar
mano a mano con el arquero que en la salida me llevó puesto y me dejó
despatarrado y llorando de dolor. Siempre fui menudito y de los mas petisos, lo
mío era la velocidad pero no el cruce.
Nací en el 69, en el 81 tenía 12
años y entre mi casa y la Iglesia, justo a mitad de camino, estaba La Candela,
el lugar de entrenamiento de Boca que por esos días tenía nada menos que a
Maradona entrenado toda la semana en ese predio. Para llegar desde mi casa a La
Candela había que cruzar el Camino de Cintura. Mi vieja me tenía prohibido
cruzarlo. No podía hacerle caso y cruzaba con mucho cuidado. Era imposible
resistir la tentación de ir con alguno de los chicos del barrio a ver algún
entrenamiento. Una de esas veces estuvimos más cerca que nunca de los jugadores
y recuerdo ver a Maradona entrenando descalzo y jugando al ping-pong con el
loco Gatti. Ruben, el hijo de florista que estaba conmigo, a pesar de ser
hincha de Vélez le pidió un autógrafo al colorado Suarez que fue al único
jugador al que tuvimos acceso directo.
En el secundario todo fue
distinto, iba al industrial Jorge Newbery de Háedo y tenía teoría a la mañana y
taller a la tarde. Mis prácticas se redujeron a la nada y se produce mi primer
pase, continué mi carrera jugando el
campeonato del colegio. Estaba muy bien organizado y las canchas eran las del
campo de deportes con vestuario y baño. Ya no había que juntar diarios y la
inscripción se pagaba en efectivo. Allí jugué cuatro años, los primeros tres
mientras estuve en ese colegio y el último mientras cursaba cuarto año de la
especialidad de automotores en el ENET 35 de Villa Devoto a la que yo me había
pasado. Incluso, pude incorporar al equipo algunos de mis compañeros de ese
nuevo colegio. Durante los últimos dos años del secundario pase por varios
equipos y campeonatos entre los que recuerdo haber jugado por ejemplo el
campeonato Evita. Una vez terminado el secundario y empezada mi etapa laboral, mi flamante carrera se redujo a
jugar de forma completamente amateur, entre amigos y en canchas de futbol 5.
Tuve mis grandes rachas con gente de gran criterio para manejar la pelota pero
me alejé de los encuentros profesionales porque mis compromisos laborales no me
permitían comprometerme a no faltar a ningún partido. Uno puede ir solo al cine
pero si en el equipo falta gente es un desastre. Para mí, el futbol es cosa
seria y si me comprometo voy. Nadie es más odiado que el jugador esperado que
nunca llega.
Recuerdo un gran momento en mi
carrera jugando en el Balneario 12 de Punta Mogotes en Mar del plata donde
compartí cancha con Seba Brusa quien debió llegar a ídolo pero la suerte no
estuvo de su lado. En ese mini campeonato había jugadores en actividad y otros
retirados que despuntaban el vicio entre mortales como nosotros.
En el 2000, vine a vivir a
Cordoba para casarme y tener una familia. Rápidamente encontré con quien jugar
y mi carrera refloreció de entre las cenizas. Acá, casi no hay canchas de
futbol 5, se juega de verdad, se juega el futbol con pasto y barro y está lleno
de campeonatos y canchas de 11 de esas que las corres con alma y vida. Volví a
entrenar porque después del laburo me quedaba tiempo y jugué varios campeonatos
en canchas grandes y complejos donde se dispituban varios partidos al mismo
tiempo.
Pero si debo mencionar un momento
sublime, fue el encuentro en cancha de once en el que compartí equipo con Jose
Luis Cuciuffo. No lo podía creer, compartía equipo con un tipo al que había
alentado por tele en el mundial 86 y muchos domingos en la Bombonera.
Ese hubiera sido un broche de oro
para mi ignota carrera pero no lo sentí así. La ventaja del futbol amateur es
que uno puede elegir cuando retirarse. No hay presión de los medios o del
entorno con lo cual la decisión es solo personal y sin influencias. Jugué
varios años más en clara decadencia y volviendo a las canchas de futbol cinco.
El futbol es mi vida, es la pasión que hace inmortal a mi viejo y la que me
hace ver crecer a mis hijos. Lloré con el primer gol de campeonato que hizo
cada uno de ellos, me escondí y me sequé rápido para no parecer un pelotudo
pero no pude aguantar.
El futbol es mi pasión y por eso
lo respeto, no se juega de cualquier manera. Para mí, el futbol no admite
displicencias ni medias tintas, debe jugarse con compromiso y entrega, sea
donde sea y sin importar la calidad de jugador que uno ostente. Se puede ser un
gran gambeteador pero si no pone lo que hay que poner no sirve, se puede ser
malo con los pies pero no se admite que uno sea malo con la cabeza. Al que está
solo hay que darle el pase y el que es morfón, mejor que se quede en casa. El
futbol amateur tiene códigos. Yo los respeto.
En este contexto, he entendido
que mi cuerpo ya no puede darle a mi pasión el respeto que se merece, la
redonda me pasa a menos de un metro y la veo como si estuviera a cinco, me
contracturo una vez por mes y cada vez me cuesta más recuperarme. Por eso, he decidido retirarme y eso
significa dejar la actividad física casi por completo. Tengo amigos que juegan
al tenis y yo también lo he jugado alguna vez pero el único deporte que me
motivaría a jugar con algo en la mano sería jugar al futbol con bastón. El golf,
es la salida aristocrática a unas piernas que lo único que pueden hacer es
caminar. También tengo amigos que corren
maratones y carreras de varios quilómetros pero mis piernas solo saber correr
si es detrás de una pelota.
Hoy jugué mi último partido,
nadie lo sabe, nadie me aplaudió y no hubo partido homenaje. Me puse mi
camiseta de Boca, las medias de siempre y los botines de siempre, me miré la
panza y las piernas en el espejo. Noté que entre ellas se hablaban y las
piernas le decían a mi panza "perdón loco, ya no puedo llevarte rápido
como antes", la panza con ternura de hermano mayor contestó "perdónenme
ustedes, con todos estos kilos de más no podés hacer nada". Gané, me
retire con una victoria, con lo justo porque fue por un gol pero gané. Al
terminar el partido, saludé a los muchachos, me subí al auto y me fui. Durante los
veinte minutos que dura el viaje a casa fue imposible no repasar una y otra vez
los grandes momentos de mi carrera y los grandes jugadores de buen pie con los
que he tenido al suerte de compartir campo. Como olvidarme de la patada de
burro inatajable de Elcebe, la calidad del chino pelusa para jugar descalzo, las
magistrales pisadas del Bombero, el topo o el negro Keku.
No puedo quejarme, el futbol me
dió grandes momentos de gloria y le debo el mayor de los respetos y
agradecimientos. Si me cruzan en alguna cancha, no crean que soy un farsante,
sólo estoy haciendo número para no dejar en banda a los muchachos.
Se puede ser un gran jugador o se
puede ser un mal jugador. Puede que la destreza deportiva no sea nuestra
gracia. Pero hay algo que todo futbolista debe saber: "La pelota no se mancha..."