viernes, 15 de enero de 2010

Los castigos de Raul (Capítulo III Final)

Frente a los 10 días que le quedaban no pudo hacer otra cosa que intensificar la búsqueda, aumentó el horario de exploración y si bien andaba con el brazo vendado pudo pedir unos días por enfermedad en el trabajo y así ganó algo de tiempo. A su vez decidió no dormir mas de 4 horas para tener aún mas tiempo.
Obviamente nada de esto dio resultado. Llegó el día 30 y el único balance positivo posible era el enorme empeño puesto a disposición de encontrar un amor a su medida. Fiel a sus principios y con el brazo aún vendado se propinó el último castigo. Este castigo era purgatorio y además de físico debería ser psicológico. Debía amedrentarse por no conseguir su fin. Raul era un tipo tímido e introvertido, le costaba relacionarse. Para mí, con este castigo se le fue la mano.
Se condenó a usar durante una semana únicamente baños claramente femeninos. No podía usar el de su casa, ni los de discapacitados, nada de eso. En los que entrara debería haber una figura femenina en la puerta.
El castigo empezaba un Lunes a las 00:00 y terminaba un domingo a las 24:00. Obviamente su principal problema estaba por la noche. Para sortear esta dificultad se le ocurrió usar los baños del Centro Salamanca, club de una comunidad española que estaba a dos cuadras de su casa y del que era socio. El Domingo anterior al inicio de la semana del castigo y siendo las 23:50 se encerró en el baño de su casa y orinó y defecó todo cuanto pudo para quedar lo mas descargado posible. Un par de horas antes había tomado un laxante para asegurarse que al momento del último adiós a sus amigos en el baño de su casa sus tripas quedaran absolutamente vacías y así ganar la mayor cantidad de horas que pudiera. A las 23:59 salió del baño y se fue a dormir con la tranquilidad que por lo menos hasta las 7 de la mañana no necesitaría ningún sanitario. Inesperadamente siendo las 3:47 se despertó de un salto con retorcijones que presagiaban un desastre. Estaba en pantalones cortos, se puso una remera y las mismas zapatillas que para escapar de Rin-Tin-Tin, se volvió a acostar y trató de aguantar. Imposible, tenía que entrar al Centro Salamanca a esa hora. Salió sigilosamente de su casa para no despertar a nadie y una vez afuera caminó lo mas rápido que pudo. Correr, contener y trotar a la vez, no era algo que estuviera físicamente a su alcance. Llegó a la puerta, saltó el portón y encaró para el salón, abrió una ventana despacio y pasó una pierna, las gotas de sudor le bajan por la frente y ya tenía palpitaciones. Subió la otra pierna y cuando estaba por cruzar la linea de la ventana un estruendo desgraciado seguido de un fluido intestinal tibio y oloroso recorrieron sus piernas. Se volvió a su casa pero no se calificó con falta grave porque en definitiva el hecho fue accidental. Había prometido dormir sólo cuatro horas pero estaba exausto y se sentía débil. Se tiró un rato y descansó, ahora si no le quedaba nada. La semana transcurrió sin mayores sobresaltos, por la noche le había encontrado la vuelta al Centro Salamanca y no padecía mas que la adrenalina de entrar y salir sin ser visto. Como al quinto día le tocó una fea, no aguantaba mas y su vejiga le exigió tanto que se metió en el baño de mujeres de un Mc. Donald con tanta y obvia mala suerte que a mitad del chorro entro una vieja con su nieta, que sin mediar palabra lo aporreó a carterazos. Terminó como pudo o mas bien lo intentó. Se meó toda la pierna.
Llegó el sábado y ya estaba casi curado de espanto así que decidió que saldría a dar un paseo. Pasó por un pub de Palermo que parecía tener onda y se metió. El lugar estaba repleto y con la música bien fuerte. Algunos bailaban y otros solo hablaban en la barra o en alguna mesa. Relajado y distraído se pidió una gaseosa que terminó en un par de minutos. Al poco tiempo las ganas de orinar fueron apareciendo y se incrementaban minuto a minuto. El lugar era demasiado elegante para usar el baño de mujeres. Seguramente lo verían y pasaría un mal rato, se asomó por arriba de la pista y vio que en la vereda de enfrente había un bar mas modesto. Pagó y encaró para la puerta, no había dado diez pasos que una rubia voluptuosa de ojos claros y labios carnosos que estaba camino a la barra lo cruzó y le dijo
-Me invitás un trago?
No lo podía creer, todo lo que había esperado por un poco de suerte y ahora que lo apremiaba el apuro por ir al baño se le daba.
-Claro, como no. Que querés pedir?
-Un Gin-Tonic
Inesperadamente para Raul la rubia le sacaba un tema de conversación tras de otro, no le daba respiro y no lo dejaba meter bocado. Como a los 20 minutos Raul empezó a sentir que no aguantaba mas. No podía decirle voy al baño y entrar al baño de mujeres, sería un desastre, tampoco estaba en sus planes romper su promesa. Tenía la extraña convicción que si esa rubia estaba ahí, era el resultado del cumplimiento de sus castigos y sacrificios. Además, por mas que ahora se le diera, no había respetado los plazos. La rubia seguía conversando y Raul ya miraba para los costados como buscando una excusa. Cuando llegaron a la media hora justa de estar hablando la rubia se dio vuelta y se fue sin decirle nada. Se sentó en la mesa con sus amigas y se empezó a reír, Raul la escuchó decir “vieron que no soy tan exquisita, gané la apuesta, me banqué media hora a ese zapallo, me deben un trago”. La decepción y las ganas de mear casi matan al pobre Raul. Ya sin tiempo para ir al bar de enfrente y sabiendo que no podía ser mas humillado de lo que acababa de serlo, se tiró casi de cabeza en el baño de mujeres. Curiosamente no había nadie en los lavatorios, sólo dos box ocupados de los 5 disponibles, entro en uno y descargó. El alivio fue inolvidable. Mientras estaba en el box pudo escuchar que de uno de los que estaba ocupado se estaba yendo una chica, pensó que si esperaba un par de minutos podría esperar que se vacíe el otro y así salir sin el riesgo del papelón. No podía esperar mucho porque si entraba alguien se podía complicar. El box contiguo era el ocupado y su ocupante parecía no tener apuro. Justo cuando Raul se aprestaba a salir sin seguir esperando, escuchó llantos del otro lado del tabique, lo embargó la curiosidad y se asomó por arriba. Una linda chica con toda su ropa puesta estaba ahí sentada. Sintió la puerta del baño y se quedó parado en el inodoro tratando siquiera de respirar para no hacer ruido.
-Dale Mariela salí. No tiene sentido esto. Es una estupidez
-No voy a salir. Ya sabes como soy. Hice una promesa y la voy a cumplir.
-Vos y tus promesas. Para todo haces ese tipo de promesas estúpidas que siempre terminan mal. Se puede saber que prometiste esta vez?.
-Ok. Pero no te rías. Hasta que no entre un chico con ganas de enamorarse y me saque, de aca no me mueve nadie!!!!!

jueves, 14 de enero de 2010

Los castigos de Raul (Capítulo II)


Su estrategia era simple. Encaraba cuanta mina se le cruzaba y encajaba en los perfiles que mas o menos le gustaban. Lamentablemente pasó la segunda etapa y no había conseguido mayor éxito que el de ir al cine con una morocha despiadada que en cuanto terminó la película lo despidió con un “gracias por la invitación, mañana me voy a vivir a Noruega y no sé cuando volveré a ver una película subtitulada que pueda entender”.
Era momento del segundo castigo. Don Vicente, el carnicero del barrio, tenía un perro marca calle conocido por su enorme maldad. El viejo lo tiene siempre encerrado y cada vez que alguien pasa por la puerta de su casa ladra como con ganas de devorar a quien apenas le pisa unas baldosas a su vereda. Cada vez que se escapa los vecinos gritan “rajen que se escapó Rin-Tin-Tin”.
Nada que ver el solidario Rin-Ti de la TV con esta bestia carnívora. Quien le habrá puesto semejante nombre?. El castigo de Raul? Soltar a Rin-Tin-Tin y correr sin ser atrapado. Cuanto tiempo?. Hasta que el viejo Vicente salga y lo ate porque de otra forma no hay quien lo pare. Con la incertidumbre de no saber cuanto duraría su segundo castigo pero con la certeza del éxito partió para lo del viejo. Precavido, se puso sus zapatillas mas cómodas, una toalla en el cuello y una botella de agua mineral en la mano. Llegó a la puerta y Rin-Tin-Tin dormía a unos metros de la reja, se acercó sigilosamente, abrió el portón, se alejó unos metros y le gritó “juira bicho”. El asesino callejero se levantó y salió disparado directo hacia él. Por suerte en el arranque patinó con un felpudo sobre el que estaba acostado y quedó arando en las baldosas de mármol que doña Luisa, la esposa de don Vicente, lustraba todos los días sino Raul, no hubiera llegado ni a la esquina.
Consiguió sacarle unos 20 metros de ventaja que rápidamente iba perdiendo. Cuando se dio cuenta que estaba por alcanzarlo empezó a ensayar maniobras evasivas a alta velocidad. Saltó la pirca y la reja de la casa de Cacho el sodero, dio una vuelta alrededor del pino y pasó por la puertita de la reja que camino de salida manoteó y alcanzó a cerrar pero obviamente, se golpeó y se abrió. Ganó unos metros y algo de aire que sólo le alcanzaron para divisar otro lugar para donde disparar. Llevaba como 3 minutos a todo ritmo y el aire se le empezaba a acabar. Se metió en lo de doña Ramona por arriba del alambrado y rajó para el fondo. Rin-Tin-Tin ya parecía rabioso, venía a todo ritmo y con espuma en la boca. Había una leyenda en el barrio que decía que un día lo corrió a don Marcial pero que el viejo herrero se quedó quieto y el perro se acercó, lo olfateó y se fue. Raul no quería ser el osado que comprobara o no la leyenda así que seguía corriendo. Salió de lo de doña Ramona y encaró para la loza de la obra de enfrente, se metió tras una columna y le hacía un zigzag hacia uno y otro lado amagando y buscando espacio para safar, pudo subir la escalera y se paró en el techo. Pensó “listo me quedo aca hasta que se vaya”. Llegó Rin-Tin-Tin y se paró en el pié de la escalera, lo miraba de abajo con lo que parecía cada vez mas odio. Sus ojos estaban inyectados como los de un lobo. Raul respiró aliviado y cuando iba a sentarse, Rin-Tin-Tin empezó a subir la escalera. Era el final, estaba acorralado, miró para uno y otro lado y no tenía donde ir. Corrió hacia un borde y hacia otro y no tenía salida, giró y vio que Rin-Tin-Tin ya había subido, encaró para un borde y trató de esquivarlo. Pudo ver que abajo había una montaña de arena y se la jugó. Se lanzó a la planta baja. Cuando estaba en el aire el perro alcanzó a morderle un brazo a la altura del codo. Como estaba en el aire no pudo frenarse y la mordida se transformó en desgarro. El perro no se animó a saltar y Raul pudo llegar a su casa antes que bajara la escalera. Dolió mucho y sanó mas o menos rápido. Lo peor sin duda, fueron las mas de 20 vacunas que tuvieron que darle para prevenir la rabia...

miércoles, 13 de enero de 2010

Los castigos de Raul (Capítulo I)

Raul era un tipo de barrio de unos 30 años. De ocupación empleado público por la mañana y delirante por la tarde, la naturaleza no lo había agraciado con una cara muy armónica, tenía orejas de esas que se despegan de la cabeza y que quien las porta se deja el pelo largo para taparlas, el problema es que su pelo tampoco daba como para dejárselo largo, tenía una mata colorada y semienrulada mas parecida a la virulana que a una cabeza, la dentadura no era fea pero si exagerada, de esos que llevan el mote de conejo, de hecho a Raul lo acompañó durante gran parte de su vida. Siempre sintió que el espejo le pasaba factura cada vez que se cruzaban.
Tenía claro que en los menesteres que requieren la ayuda de la estética él debería remarla mas que ninguno. Por suerte, su carácter obstinado y sacrificado le permitía dar pelea sin sentirse amedrentado ante algún tropiezo, por estos días, estaba decido a incursionar en los carriles del amor. Si existe un camino difícil para el hombre, pues el del amor lo es. Con estética y billetera en contra decidió arremeter lo que parecía un destino inexorablemente solitario.
A lo largo de su sacrificado recorrido por la vida y convencido que sin esfuerzo no hay nada, había establecido un método de premios y castigos que se infligía a si mismo según el resultado de la proeza que le requería el empeño de turno. La empresa de conseguir un amor que lo acompañe no fue la excepción. Lo primero que hizo fue fijar un objetivo “Tengo un mes para conseguir novia”. Después fue estableciendo metas periódicas que dividió en 3 períodos, cada uno de 10 días. Como era su costumbre, prefijó los castigos para aplicar cuando vencido alguno de los plazos impuestos no hubiere llegado al objetivo. Obviamente con el transcurrir de las etapas cada castigo se endurecería a efectos de hacerle sentir el rigor de no estar cumpliendo con su autopacto.
A sabiendas que la suerte nunca estuvo de su lado amplió su universo para aumentar las chances. Se anotó en el gimnasio, en clases de guitarra y en un curso de Tarot. Fue inteligente en buscar ocupaciones bien distintas pues en ellas descansan distintos tipos de personalidades “con alguna se me tiene que dar”.
Pasaron los primeros 10 días y lo único que consiguió fue dolores en todos sus músculos, calambres en los dedos y no entender un comino de cartas de Tarot. Era hora del primer castigo. Por ser el primero de la serie no fue muy duro. Debía tomarse 10 ristrettos en 10 bares distintos en menos de media hora. Cumplidor de sus castigos se tomó el 61 y se fue a Constitución. Necesitaba un barrio donde los bares no estuvieran muy alejados uno de otro y Constitución parecía el indicado. Se bajó del colectivo, dio un pantallazo, puso su cronómetro en 0 y arrancó. Tuvo mala suerte porque esa mañana hacia como 30 grados. Fueron pasando los bares y consiguió llegar al sexto con relativo éxito, pero al salir y correr hacia el séptimo le vinieron unas arcadas casi inevitables. Siguió y pudo pasar el séptimo, octavo y noveno conteniendo un vomito inminente, le quedaban 3 minutos y un último ristretto, corrió hacia el último bar y lo pidió, se lo trajeron inmediatamente, lo miró, tomó la taza y lo tragó de un sorbo. Pagó y salió rápido del bar. Al llegar a la puerta ya no pudo contener los ravioles que había cenado la noche anterior y vomitó los 10 café en medio de la vereda no pudiendo evitar salpicar a un ciruja que dormía en un local abandonado. Le pidió disculpas y con el pañuelo le sacó un pedazo de morrón que le había quedado en la mejilla derecha. Nauseabundo pero contento de haber cumplido su castigo, volvió a su casa para empezar la segunda etapa...

Contador