jueves, 14 de enero de 2010

Los castigos de Raul (Capítulo II)


Su estrategia era simple. Encaraba cuanta mina se le cruzaba y encajaba en los perfiles que mas o menos le gustaban. Lamentablemente pasó la segunda etapa y no había conseguido mayor éxito que el de ir al cine con una morocha despiadada que en cuanto terminó la película lo despidió con un “gracias por la invitación, mañana me voy a vivir a Noruega y no sé cuando volveré a ver una película subtitulada que pueda entender”.
Era momento del segundo castigo. Don Vicente, el carnicero del barrio, tenía un perro marca calle conocido por su enorme maldad. El viejo lo tiene siempre encerrado y cada vez que alguien pasa por la puerta de su casa ladra como con ganas de devorar a quien apenas le pisa unas baldosas a su vereda. Cada vez que se escapa los vecinos gritan “rajen que se escapó Rin-Tin-Tin”.
Nada que ver el solidario Rin-Ti de la TV con esta bestia carnívora. Quien le habrá puesto semejante nombre?. El castigo de Raul? Soltar a Rin-Tin-Tin y correr sin ser atrapado. Cuanto tiempo?. Hasta que el viejo Vicente salga y lo ate porque de otra forma no hay quien lo pare. Con la incertidumbre de no saber cuanto duraría su segundo castigo pero con la certeza del éxito partió para lo del viejo. Precavido, se puso sus zapatillas mas cómodas, una toalla en el cuello y una botella de agua mineral en la mano. Llegó a la puerta y Rin-Tin-Tin dormía a unos metros de la reja, se acercó sigilosamente, abrió el portón, se alejó unos metros y le gritó “juira bicho”. El asesino callejero se levantó y salió disparado directo hacia él. Por suerte en el arranque patinó con un felpudo sobre el que estaba acostado y quedó arando en las baldosas de mármol que doña Luisa, la esposa de don Vicente, lustraba todos los días sino Raul, no hubiera llegado ni a la esquina.
Consiguió sacarle unos 20 metros de ventaja que rápidamente iba perdiendo. Cuando se dio cuenta que estaba por alcanzarlo empezó a ensayar maniobras evasivas a alta velocidad. Saltó la pirca y la reja de la casa de Cacho el sodero, dio una vuelta alrededor del pino y pasó por la puertita de la reja que camino de salida manoteó y alcanzó a cerrar pero obviamente, se golpeó y se abrió. Ganó unos metros y algo de aire que sólo le alcanzaron para divisar otro lugar para donde disparar. Llevaba como 3 minutos a todo ritmo y el aire se le empezaba a acabar. Se metió en lo de doña Ramona por arriba del alambrado y rajó para el fondo. Rin-Tin-Tin ya parecía rabioso, venía a todo ritmo y con espuma en la boca. Había una leyenda en el barrio que decía que un día lo corrió a don Marcial pero que el viejo herrero se quedó quieto y el perro se acercó, lo olfateó y se fue. Raul no quería ser el osado que comprobara o no la leyenda así que seguía corriendo. Salió de lo de doña Ramona y encaró para la loza de la obra de enfrente, se metió tras una columna y le hacía un zigzag hacia uno y otro lado amagando y buscando espacio para safar, pudo subir la escalera y se paró en el techo. Pensó “listo me quedo aca hasta que se vaya”. Llegó Rin-Tin-Tin y se paró en el pié de la escalera, lo miraba de abajo con lo que parecía cada vez mas odio. Sus ojos estaban inyectados como los de un lobo. Raul respiró aliviado y cuando iba a sentarse, Rin-Tin-Tin empezó a subir la escalera. Era el final, estaba acorralado, miró para uno y otro lado y no tenía donde ir. Corrió hacia un borde y hacia otro y no tenía salida, giró y vio que Rin-Tin-Tin ya había subido, encaró para un borde y trató de esquivarlo. Pudo ver que abajo había una montaña de arena y se la jugó. Se lanzó a la planta baja. Cuando estaba en el aire el perro alcanzó a morderle un brazo a la altura del codo. Como estaba en el aire no pudo frenarse y la mordida se transformó en desgarro. El perro no se animó a saltar y Raul pudo llegar a su casa antes que bajara la escalera. Dolió mucho y sanó mas o menos rápido. Lo peor sin duda, fueron las mas de 20 vacunas que tuvieron que darle para prevenir la rabia...

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