miércoles, 13 de enero de 2010

Los castigos de Raul (Capítulo I)

Raul era un tipo de barrio de unos 30 años. De ocupación empleado público por la mañana y delirante por la tarde, la naturaleza no lo había agraciado con una cara muy armónica, tenía orejas de esas que se despegan de la cabeza y que quien las porta se deja el pelo largo para taparlas, el problema es que su pelo tampoco daba como para dejárselo largo, tenía una mata colorada y semienrulada mas parecida a la virulana que a una cabeza, la dentadura no era fea pero si exagerada, de esos que llevan el mote de conejo, de hecho a Raul lo acompañó durante gran parte de su vida. Siempre sintió que el espejo le pasaba factura cada vez que se cruzaban.
Tenía claro que en los menesteres que requieren la ayuda de la estética él debería remarla mas que ninguno. Por suerte, su carácter obstinado y sacrificado le permitía dar pelea sin sentirse amedrentado ante algún tropiezo, por estos días, estaba decido a incursionar en los carriles del amor. Si existe un camino difícil para el hombre, pues el del amor lo es. Con estética y billetera en contra decidió arremeter lo que parecía un destino inexorablemente solitario.
A lo largo de su sacrificado recorrido por la vida y convencido que sin esfuerzo no hay nada, había establecido un método de premios y castigos que se infligía a si mismo según el resultado de la proeza que le requería el empeño de turno. La empresa de conseguir un amor que lo acompañe no fue la excepción. Lo primero que hizo fue fijar un objetivo “Tengo un mes para conseguir novia”. Después fue estableciendo metas periódicas que dividió en 3 períodos, cada uno de 10 días. Como era su costumbre, prefijó los castigos para aplicar cuando vencido alguno de los plazos impuestos no hubiere llegado al objetivo. Obviamente con el transcurrir de las etapas cada castigo se endurecería a efectos de hacerle sentir el rigor de no estar cumpliendo con su autopacto.
A sabiendas que la suerte nunca estuvo de su lado amplió su universo para aumentar las chances. Se anotó en el gimnasio, en clases de guitarra y en un curso de Tarot. Fue inteligente en buscar ocupaciones bien distintas pues en ellas descansan distintos tipos de personalidades “con alguna se me tiene que dar”.
Pasaron los primeros 10 días y lo único que consiguió fue dolores en todos sus músculos, calambres en los dedos y no entender un comino de cartas de Tarot. Era hora del primer castigo. Por ser el primero de la serie no fue muy duro. Debía tomarse 10 ristrettos en 10 bares distintos en menos de media hora. Cumplidor de sus castigos se tomó el 61 y se fue a Constitución. Necesitaba un barrio donde los bares no estuvieran muy alejados uno de otro y Constitución parecía el indicado. Se bajó del colectivo, dio un pantallazo, puso su cronómetro en 0 y arrancó. Tuvo mala suerte porque esa mañana hacia como 30 grados. Fueron pasando los bares y consiguió llegar al sexto con relativo éxito, pero al salir y correr hacia el séptimo le vinieron unas arcadas casi inevitables. Siguió y pudo pasar el séptimo, octavo y noveno conteniendo un vomito inminente, le quedaban 3 minutos y un último ristretto, corrió hacia el último bar y lo pidió, se lo trajeron inmediatamente, lo miró, tomó la taza y lo tragó de un sorbo. Pagó y salió rápido del bar. Al llegar a la puerta ya no pudo contener los ravioles que había cenado la noche anterior y vomitó los 10 café en medio de la vereda no pudiendo evitar salpicar a un ciruja que dormía en un local abandonado. Le pidió disculpas y con el pañuelo le sacó un pedazo de morrón que le había quedado en la mejilla derecha. Nauseabundo pero contento de haber cumplido su castigo, volvió a su casa para empezar la segunda etapa...

1 comentario:

Contador