Todavía quedan sobre Rafael
Nuñez algunas casas viejas. De diseño un tanto fuera de moda. Una pirca baja y
rustica sin más decoración que su revoque y pintura blanca desgastada. Puerta
de madera con vidrio repartido no muy clásico, más bien de esos que en algún
momento fueron modernos y hoy ya no son ni una cosa ni la otra. Al ingreso lo
primero que llama la atención es que no hay baño (hoy ya esta modernizado y hay
uno muy lindo). En ese momento te preguntás si estás en el lugar indicado o te
equivocaste.
Parados en la puerta,
intentamos abrir pero está cerrado. Nos quedamos esperando unos minutos y de la
casa contigua vemos salir un hombre grande y corpulento, por lo menos comparado
conmigo. Peinado rasante y hacia atrás con cincuenta por ciento de canas.
Morocho o tostado con cierto aire a tanguero. Se acercó y nos saludó mientras
abría la puerta que se arrastra en el piso por lo hinchado de la madera.
Precario, sin carteles ni
diplomas. Desde la sala de espera lo primero que llama la atención es la voz grave
que retumba en las paredes del consultorio. Llegamos por recomendación luego de
que nuestro primer pediatra nos pidiera que sacáramos todos los perros que teníamos
en la casa y que el niño no podría estar frente al tele sino hasta los 20 años más
o menos. Nos advirtieron que no trabajaba con obras sociales pero que sus
precios eran accesibles. Nos dijeron que era muy humano y que sus consultas
eran largas porque te llena de preguntas antes de revisar a tu hijo.
El caso es que mi hijo mayor
nacido allá por febrero de 2006, no comía ni dormía de manera normal. Por ende,
no subía de peso como debía y para
padres primerizos eso es tan trágico como preocupante. Fue por eso que
decidimos visitarlo.
Nos presentamos diciendo de
parte de quien veníamos y enseguida recordó a esos pacientes. Tomamos asiento y
luego de aclararnos que no era pediatra y que trabajaba en infectología en el
Hospital Infantil de Córdoba, comenzaron las preguntas. Empezando por cuando
nació, pasando por cómo se llama, cuanto pesó al nacer, como es su día, como
duerme, como defeca, como orina, etc. Luego de unos veinte minutos de preguntas
sobre nuestro hijo nos consultó que nos traía por su consultorio. Le explicamos
nuestras inquietudes y no nos interrumpió más que con preguntas que
profundizaran la temática de la que hablamos. Nos hizo unas cinco preguntas más
y la final de cada una repetía la frase, "la última y lo reviso".
Después de cuarenta minutos sin tocar a nuestro hijo nos pidió que lo pusiéramos
en la camilla y lo revisó. Oídos, cabeza, boca, vaso, etc. Terminada la
revisación sacó su computadora personal, muy personal. Es en realidad un recetario
en el que anota la historia clínica de sus pacientes. Medida, peso, fecha de
nacimiento, etc. Después saca sus libros de antaño con curvas de crecimiento y
vuelca los valores medidos en el bebe. Tarea que debiera ser sencilla, pero
encontrar donde poner un punto en ese libro con otros miles de puntos marcados
en él, lo hacen más complicado de lo que
parece.
Recién después de todo eso y
refiriéndose en ocasiones a su paciente como "este guaso", viene el diagnóstico, el tratamiento, los
concejos y los pasos a seguir.
Es lógico creer que cuarenta
minutos en el consultorio de un médico son intolerables para un bebé, pero hay
lago en el tono de su vos que genera en los niños una especie de hipnosis
auditiva que hace que no puedan dejar de escucharlo y mirarlo. Es el único
médico que tiene más preguntas que sus pacientes.
En síntesis, mi hijo fue
intolerante a la lactosa durante un tiempo y con leche de soja pudimos sacarlo
adelante. En la guardería se enfermó una y mil veces y conseguimos escaparle a
las neumonías. Más tarde fue operado de amígdalas y adenoides exitosamente y le
cambio el sueño y la alimentación.
Luego atendió a mi segundo
hijo y ahora atiende al tercero.
Probablemente más de uno
crea que estoy describiendo a un buen médico o a uno parecido al suyo.
Sinceramente no lo creo. Alberto es un tipo que nos ha dado tranquilidad en los
peores momentos de enfermedades de nuestros hijos y sobre todo del mayor. Más
de una vez parecía que tendríamos que internarlo y con absoluta tranquilidad
nos sacó de esa problemática. Nos dedicó miles de horas a escucharnos cuando
estoy seguro que a los dos minutos ya sabía que tenía nuestros hijos y cuál sería
el tratamiento que nos daría. Es el único consultorio del que uno nunca será
despachado, la consulta solo se acaba cuando ninguno tiene mas dudas.
Nuestro vínculo con él se
fue haciendo más fuerte y el aprecio que sentimos excede largamente el trato
paciente-doctor.
Nosotros nos somos los
mismos padres que hubiéramos sido sin conocerlo. Nos enseñó a cuidar, criar y
hasta a educar a nuestros hijos. La contención y tranquilidad que nos transmitió
en momentos angustiantes es digna de una gran persona.
Alberto cumplió ayer su
último día en el Hospital Infantil, se jubiló. Está cansado. Quiere disfrutar
sus nietos, viajar con su señora y probablemente jugar al golf. Lo tiene
merecido.
Seguirá con el consultorio
al menos hasta que se canse también de eso. Mientras tanto, imagino cientos de
padres entrando angustiados y preocupados pero saliendo contenidos, tranquilos,
informados pero por sobre todo agradecidos.
El fin de una etapa, es solo
el comienzo de otra.
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