lunes, 13 de septiembre de 2010

La moneda de Muqattam Parte III

La mano de un indigente estirada y la moneda que cae en un guante con los dedos perforados de una mano cuarteada y muy sucia.
El indigente agradece y se levanta en dirección a uno de los bares del puerto. Moneda en mano, pensaba comprar algo que permitiera matar el hambre de los días que llevaba sin probar bocado alguno. No lo separaban más de 30 metros hasta el bar. Con tranco firme y apurado se dirigía con la mirada fija y la boca que ya se la hacía agua de sólo pensar en lo que comería. Producto de la torpeza o quizás de la debilidad por ingestión, tropezó con uno de sus arapes y la moneda se le cayó. Empezó a rodar por los adoquines dando saltos y vueltas y pudo ver con desesperación como caía en una alcantarilla. Su cara perdió instantáneamente el rostro de esperanza y empezó a convertirse en uno desolado y triste. Llegó hasta la alcantarilla y se inclinó casi llorando. Intentó meter la mano, pero era demasiado grande para pasarla por esos agujeros. Cortó uno de sus arapes en forma de tira larga y fina. Le hizo un nudo en la punta y lo encendió con una de las cuatro o cinco cerillas que le quedaban para encender fuego y calentarse por las noches. Introdujo la punta encendida y pudo ver su moneda posada en un montículo de lodo. Intentó por todos los métodos posibles tratar de llegar a ella, sin éxito alguno. Desahuciado y cabizbajo comenzó a marcharse. Cruzó tan distraído, que un carruaje de dos caballos debió girar abruptamente para no embestirlo. En el giro, piso un extremo de la tapa de la alcantarilla , haciéndola saltar y salirse de posición.
El indigente no podía creerlo, se zambulló de cabeza con tanta fuerza que una vez que tomó la moneda no pudo frenarse y se deslizó metros y metros por dentro de los túneles hasta llegar a una enorme cámara sucia, llena de lodo y excrementos. Fastidiado, pero feliz por tener la moneda, intentó pararse. Se patinó y la mano que tenía la moneda se le hundió en el lodo. Al sacarla, noto que había algo brillante debajo de la montaña de lodo y lo sacó para ver de que se trataba.
Su asombro no le permitió seguir en pie y al inclinarse hacia atrás volvió a caer. Debajo del lodo y el estiércol había montañas de oro en pepitas por doquier. Sacó cuanto lodo pudo y transformó su arapes en pequeños sacos que le permitieron sacar el oro.
Al poco tiempo, aquel indigente desesperado, era dueño del bar al que aquella noche no llegó. Pero además, tenía otros bares y proveedurías. Lucía como todo un caballero elegante y respetuoso. En sus bares había mesas de consumo gratuito, especialmente preparadas para los indigentes que no tuviesen como pagar.
Una noche, un campesino entró al bar. Al verlo, pensó que era un indigente y le ofreció comida gratis. El campesino le contestó que si bien tenía hambre, prefería que le comprara alguno de los granos de su granja, ya que su mujer lo esperaba con comida, pero necesitaba dinero porque quería comprarse un barco. El viejo indigente, ahora devenido en caballero, aceptó. Le compró una bolsa de trigo y le pagó con la moneda mágica.
Yorgos sentía que su pecho latía como un tambor. Instantáneamente empezó a sentirse feliz y afortunado por ser el nuevo dueño de la moneda y se limitó a esperar que la misma suerte que había visto en las dos caras le llegara.
Estaba muy ansioso y ya hacía planes pensando en como gastaría su fortuna. Tenía pensado dejar de fabricar embarcaciones y dedicarse sólo a recorrer el mundo en alguna de ellas. Se le hacía agua la boca de pensar en los mariscos y festines que haría abordo.
Continuará...

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