lunes, 27 de septiembre de 2010

La moneda de Muqattam Parte V. Final

Sale del bar. y se dirige a su negocio. Al llegar, encuentra un elegante caballero sentado en su oficina.
-¿Buenas tardes señor, que necesita?
-Es usted Yorgos?
-Si, mi señor.
-Mucho gusto, tengo un trabajo que deseo encargarle
El caballero le encargó a Yorgos una flota completa de más de 10 navíos pescadores y pagó por anticipado. Yorgos, mirando la moneda, empezó a reír a carcajadas. Al fin la suerte había llegado. Ese día decidió cerrar temprano y volver a su casa para ver a su esposa quien estaba embarazada. Al llegar, su esposa lo esperaba con la mesa servida. Le contó la dicha que había tenido y que con la embarcación que había prácticamente robado a Namur, mas las ganancias de la flota encargada por aquel caballero, pensaba retirarse y recorrer el mundo con ella.

Yorgos no podía creer la suerte de la que estaba gozando. A la espera de mayores alegrías dio vuelta la moneda. El también era el dueño anterior.

Se encuentra nuevamente a la salida del bar donde acababa de estafar a Namur. Se dirige a su oficina y desde lejos ve humo. Empieza a correr desesperadamente, y cuando esta llegando, ve a todos sus empleados intentando apagar un incendio en su depósito de maderas. Acababa de comprar toneladas de maderas con todos sus ahorros y se estaban incendiando. Desesperado se une a sus empleados y en un esfuerzo estéril trata de apagar el fuego. Cae la noche y no puede entender lo que ha pasado. Sin energía y totalmente desesperado se marcha a su casa a buscar la paz de su hogar.
Al llegar, encuentra la puerta rota y todo revuelto. Entra rápidamente a buscar a su esposa. Grita desesperadamente su nombre y ella no contesta. Las imágenes eran claras y describían un saqueo. La busca por todos los ambientes hasta llegar a la habitación matrimonial. Al llegar, ella yace en la cama, totalmente desfigurada. Llorando se acerca y la abraza. Le toma el pulso e intenta reanimarla, pero no lo consigue. Tanto su esposa como su bebe ya no estaban.
Se desploma sobre el piso, justo encima del charco de sangre de su mujer. Cae de rodillas e intenta entender lo que esta pasando. Se toma la cabeza y no puede parar de llorar. Le falta el aire. Se dirige al comedor, toma una botella de whisky y le da un par de tragos bien profundos, intentando reanimarse. Ahora está peor, porque además de perturbado, está mareado.
Al dejar la botella en un mueble, ve el frasco del poderoso veneno que utilizaba para envenenar a lo lobos que solían entrar a su finca a comerse las gallinas. Se lo pone en el bolsillo del saco y sale a caminar. Su vida se había desintegrado. Todo con lo que había soñado ya no estaba. Mientras camina, piensa cada vez más seriamente en tomar el veneno y terminar con esa pena que no lo dejaba respirar. Sin querer se dá cuenta que está llegando nuevamente a su fábrica de embarcaciones. Pasa por la puerta y sigue hacia el bar. Sólo unos 10 metros antes de llegar ve un mendigo que, al pasar por delante de él, le pide una limosna.
-Estimado señor ¿no tendría una limosna para ayudarme?
Yorgos lo miró casi sin girar la cabeza. Estaba a punto de seguir de largo y con la misma mano que tocaba el veneno en su bolsillo, tocaba también la moneda. En un sólo acto sacó ambas cosas de su bolsillo. Ni en el lecho de su mayor desgracia perdió su avaricia, y cuando estaba a punto de darle la moneda al mendigo, pensó:
-¿Por que debo darle una moneda a este mendigo por nada?
Estimado amigo, yo no doy dádivas. Si usted quiere ganarse una limosna, aunque más no sea lustre mis zapatos. Sería digno.
-Pero claro mi señor, es que los ví tan limpios que me pareció innecesario.
Yorgos apoyó su pie derecho sobre un cajón que estaba a un lado del mendigo y se tomó de un solo trago el veneno. Sólo unos segundos más tarde, le tiró la moneda al mendigo.
La mano de un indigente estirada y la moneda que cae en un guante con los dedos perforados de una mano cuarteada y muy sucia. No muy lejos del indigente se ve un bar y a mitad de camino, una alcantarilla.

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